Hace tres días el aire cambió, se volvió fino y fresco, mientras la espesura del frío hivernal lo sigue envolviendo todo. Pero de tanto en tanto, entre los rayos de sol se filtra como una risa, este tipo de aire que se enreda entre los brotes incipientes de los árboles, y los primeros dientes de león florecidos en los jardines perdidos de los subúrvios.
Hoy a media mañana, volviendo del super, después de distorsionar con la masa de la compra, el espacio-tiempo del interior de mi carro marujil, con miles de productos colocados en plan tétris, me he quedado clavada delante de un jardín abandonado de vuelta a casa, arrastrando materia condensada.
La luz era más brillante, no como ese resplandor mortecino y añorante del invierno, y la brisa desafiaba la temperatura que mordía mi anorak, fresca y húmeda, entreteníendose y peinando el suelo del parterre sin cuidar lleno de espigas, gramíneas y hierbas silvestres, perfectamente desordenadas y peinadas con el aire.
Allí me he quedado con mi carro desbordante mirando como la luz, el frescor y el aire, descubría los primeros brotes irrefrenables de la Primavera dentro del Invierno. Antes de que nadie se entere de que esta ha llegado, comienza elusiva a filtrarse en la superficie de las aceras como un susurro vivo, y el las puntas de los árboles donde las nuevas hojas verdes y las flores por reventar, preparan su revolución silenciosa, para cogernos a los que vivimos entre el cielo y el suelo, totalmente desprevenidos.
Almendro en flor de Van Gogh |
Y lo cierto es que de la media hora que he debido estar observando el vaivén de las hierbas silvestres, ha venido porqué en frente he encontrado el primer árbol florecido del año. Un escandaloso almendro de jardín, que no ha podido esperar el pistoletazo de salida del buen tiempo, y ha gritado Sorpresa! antes que nadie. Menos mal que están todos medio escondidos y casi nadie se ha enterado por el momento. Blanco, exhuverante y definido en cada uno de los pétalos que ya comienzan a volar através del aire, como en una estampa japonesa. Dejando que los pájaros que se posan entre sus ramas llenas de confeti sueñen ya con sus frutos tiernos.
Y allí me he quedado yo, observando, sintiendo el ruido blanco de la ciudad, ese silencio lleno de coches y murmullos lejanos de gente que van y vienen corriendo durante la mañana a hacer algo de provecho.
Sintiendo la luz, el aire y dejándome envolver por el perfume que me gusta ponerme cuando cambia el tiempo, un poema ofatorio de como me hace sentir este instante en que cambia el tiempo.