El Sofá del Zorro

Historias urbanas, humanas y digitales

12:23

La luz estática y el silencio en la cocina

Publicado por Kitsunesan |






Cuando entra el sol a media mañana a mi concina toda blanca, atravesando las paredes de cristal del otro lado de la casa, la luz como de hivernadero explota contenida, rebotando contra los mármoles y las racholas.

Es el único momento en que igual que en un remanso, el explendor del día, se queda arrebujado durante unos instantes antes de escapar entre las columnas de la galería, por el otro lado. Durante ese instante el resplandor murmura y se puede oir su silencio.

Hasta el vapor del te que escapa de la taza que mira impasible la tetera que le habla, se arremolina entre los surcos de luz reflejada y de sombras ilumninadas. Hace coros con el gorgoteo hasta que el te desborda la taza por la mano despistada en un suave beso, desrrochando su pasión sobre el mármol blanco de su descanso.

La campanilla llama al despertar ya tardio, sonando con un badajo de cuchara. Contrapunto al eco de los pájaros que se mecen entre los últimos dorados del otoño, tras el vallado del edificio contiguo.

Un ronroneo imperceptible se pasea suave entre mis pasos cuando busco el azucar. Me detengo un instante como la luz a mi alrededor, para escuchar su solo del roce contra mis zapatillas. Felino de otoño con luces y sobras de atardecer sobre su espalda.

Y me quedo unos segundos más sosteniendo mi caliz de despertar líquido, sintética, rodeada y estática como la luz que me susurra y me besa cuando escapa.

11:00

La soledad del urbanita, lacra y veneración

Publicado por Kitsunesan |




Es durante la mañana de los domingos, en los que me reuno con mis pequeños placeres: la luz del sol en mi comedor, mi gato iluminado por el otoño, silencio, o ruido de ciudad, mi revista o libro favorito, mis blogs y mis post. Y mí soledad. Justo el momento en que mi propia compañía se me hace externa a mi misma, física y palpable y me siento acompañada por quien más conozco y la que me es más desconocida, yo misma.

Odio los días en los que tengo trabajo y tiendo que tirar del momento que espero durante toda la semana. Es como si no pudiera ver a ese amante que tanto nos satisface con su sola presencia.

Sin embargo cuando avanza la tarde, esa compañía extraordinaria se diluye y vuelve a ocupar su lugar dentro de mí para afrontar la semana. Es entonces que la soledad enseña los dientes como una tirana caprichosa.

Es en ese momento, que aunque estemos acompañados nos sentimos en medio de un desierto llenos de ruidos, estímulos y ecos emergentes. En ese instante nos ataca esa depresión que nos recuerda que acaba el fin de semana.

Existe un nombre para ello, seguro, que algún investigador aburrido, para justificar su sueldo, ha etiquetado con un nombre científico y parametrizado, para algo que nos pasa a todos los que vivimos en la ciudad. Que en el fondo nos sentimos ajenos y solos, aun en compañía, en especial cuando nos vemos por delante un montón de cosas que no queremos hacer.

Y nos devora un ansia de salir a hacer la última copa durante la tarde-noche, para arrebujarnos con amigos, y consolarnos unos a otros para lo que vendrá mañana. El lunes y su larga semana por delante. Las prisas, la falta de tiempo, todo el mundo histérico , las obligaciones ... uff todo lo malo de la ciudad. Angustiados por la jaula del atardecer que nos encierra y nos aboca a que acabe el día, la despreocupación y el encuentro con uno mismo.

Los pasaremos soñando, esos días laborables, esos días vendidos. Descontaremos las horas hacia el domingo por la mañana próximo. Con la esperanza de poder disfrutar de la soledad y no sufrirla, sabiendo que todavía nos queda tiempo por delante para que se acabe el descanso. Buscando el vórtice de nuestra existencia: ese punto que no se mueve, que queda quieto, dentro del torbellino de nuestras ocupadas vidas.

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