Era Sant Jordi este Jueves y por fín hacía sol en todo este mes revuelto de primavera. La gente estaba exultante, sí en una vorágine de consumismo de libros que no se van a leer y rosas, algunas obligadas otras con toda la emoción de una nueva aventura romántica.
Sin embargo en momentos como ese sientes el pálpito endorfínico de la ciudad como un coro de personas que liberan luz desde su propio interior. Y se convierte en lo mejor del día.
El viento frío y caliente, en medio de la voluble primavera, cruce de dos estaciones bien alineadas, el invierno y el verano. Paso por debajo de las acacias de camino a mi casa, cascadas de flores que se mecen al son de mis pasos. Y entiendo lo que es que el aire huela a flores y te embriague. El mejor momento del día, sonrio mientras aspiro sus risas.
Llego a casa y oigo antes de abrir la puerta, a mi bola de pelo particular que es el primero en saludarme fuera de ese mundo irreal que son las conjuras laborales. Recuerdo la suavidad de su presenscia y de su tacto. Y se convierte de nuevo en lo mejor del día.
Sin embargo piensas que cuando lo mejor del día entre semana, es aterrizar sobre la cama para descansar y soñar, te das cuenta de que de nuevo te han engañado y te has dejado arrastrar por la vorágine de la city y de lo que se supone que es trabajar en ella.
Ser productivo, rendir al máximo, horas extras de motivo y planificación dudosa, esfuerzo devalorado, estress... Todo aquello que la convierte en vez de un cielo donde se acumula el genio humano, en un infierno perturbado, en poco más que una cadena de montaje intelectual.
Es entonces cuando te das cuenta que has dejado de pararte a pensar en tu vida, para convertirte en una máquina regida por impulsos nerviosos. Y que ahora te explicas porque eres un Conejo Blanco que corre delante de los lobos que devoran tu tiempo.
En ese momento, como dicen algunos, quemo mis barcos y me quedo en la orilla mirando su resplandor contra el atardecer. Entre el sueño y la vigilia, cercano al encamamiento, descubro el único programa coherente dentro de la caja boba y me regala algo para soñar despierta.
A caballo entre la actitud de Amelie, las letras naif y la canción francesa descubro a esta cantante de orígen español y crianza transpirenáica. Con un universo divertido y onírico que me recuerda cuan grande es la ciudad y que maravillas puede engendrar.
Olivia Ortiz tiene varios discos, este es el primero en español. Existe en francés y es mucho mejor. Las versiones originales siempre son mejores sin doblaje. Aquí podéis verlo en castellano, la letra vale la pena.
Si la queréis oir en francés, muy recomendable, también la teneis en el siguiente widget.
Ah!, la foto pertenece a Mikel Uribetxeberria, de su colección de fotografías Animalia. (Puedo asegurar que no son trucadas, yo hago lo mismo cuando me voy a dormir).
En francés
17:51
El mejor momento del día. Sueño en el sofá
Publicado por
Kitsunesan
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Etiquetas:
filosofia urbana,
música
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1 comentarios:
Jo coneixia la versió francesa d'Olivia Ruiz. M'agrada molt. Aix... quan podrem deixar de fer hores extres pels altres i començar a fer-les per nosaltres...
Hores extres de dormir, de prendre el solet, de bona companyia... aixxx...
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